lunes, 1 de septiembre de 2008

Pintar olores

“El hombre es un loco que
emprende un viaje solo para ver
su propio rostro.”
Un cruzado.



      En esta tierra adoptada por la orden militar de los Hospitalarios, no soy más que otro loco que viajo cada día a lomos de mi bici buscando mi rostro. Ayer, encontré uno de mis dibujos de hace 10 años en el cual había escrito durante la quietud del trasiego del vino:


Retazo:
Planicie, estepa, llanura, llano y tabla de vid.
Verde fermentado en tinto hirviente.


Un silbido.

Azafrán sobre azul cerúleo, Violado.
Azafrán sobre amarillo oro, Naranja.

Imagen sin fin, salvo las montañas,
ruptura del cielo que invade el poniente donde

rueda el sol.




      Cada vez que regreso, a lomos de la flaca, cansado, feliz, con el aire ya frío y denso del otoño curtiendo la piel, desgarrando capas para liberar la esencia, dejando de percibir la presión de los autos para abandonarse en un pedaleo armónico con la tierra y el espacio, los recuerdos se mezclan. No entre sí, con aromas safranales y los perfumes estéricos fruto de la fermentación del mosto.

       Recuerdo el azulear de la vega en contraste con el marchitar de la vid en un tiempo cercano a mi niñez, cuando el azafrán era una de las fuentes de ingresos más importantes de la comarca, oro rojo. Cuando al cruzar Consuegra, Madridejos o Camuñas el aire te confundía con las fragancias afrutadas y especiadas de la uva que molturada ya ha iniciado su noche polar, una lenta metamorfosis hacia el elixir de la vida, olores difíciles de discernir para los foráneos del característico a la rosa.

      Cada casa, acabada la vendimia, tenía sobre la mesa un manto de flor de azafrán rodeado, de manos expertas que mondaban y escudriñaban en tertulia las intimidades más efervescentes del pueblo, apartando vigorosamente el pajido amarillo. Mientras, nuestra piel se iba impregnando de los sabores que respiraban la hidrólisis de la picrocrocina en los ciazos.

      Si fuera un químico decente podría incorporar a mis colores los aromas de esa transición entre la compleja combinación de terpenos, fenoles, acetatos y cetonas disueltos en anhídrido carbónico al safranal que determinan el comienzo del otoño en esta tierra, el día del manto, el uno de noviembre. Si fuera un buen pintor debería ser capaz de inducir esa sinestesia sin manipular los colores químicamente.

C.O.C.
Oct 2008

































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